miércoles, diciembre 27, 2006

FÉLIX, EL ETERNO ADOLESCENTE

[Este artículo lo escribí hace 5 años. Habría que actualizarlo en algunos matices. En 2.010 se cumple 30 años de su muerte. Y Aurelio Pérez ya tampoco está. En el capítulo del libro-renovado- se cuentan muchos detalles del Félix Rodríguez de la Fuente, al que muchos no han querido reconocerle su inmensa labor]






No llegué a conocerle personalmente, pero el mejor regalo de mi vida, me llegó de "su pequeña gacela", su hija Odile, con la que he podido trabar una sana amistad. Después de muchos años de relación con sus colegas y colaboradores, Odile Rodríguez de la Fuente y María (hermana de Félix), me han ido animando desde que en el 2.005 entablamos una entrañable y sincera amistad. Me animaron a seguir adelante, y se incorporaron al proyecto-Programa "Las Huellas de la Memoria" a través de su Fundación.




Este año que dejamos atrás se ha cumplido el 25 aniversario de su muerte, y todavía no somos conscientes del legado cultural que nos dejó, sino que criticamos las técnicas de troquelado que utilizó en muchas de sus filmaciones, común en todos los documentalistas de su época y actuales.







Rodríguez de la Fuente hizo que valorásemos en buena medida el medio que nos rodeaba. Aquí entrevistando a Aurelio Pérez, el gran troquelador o adiestrador de los animales que participaban en los rodajes del "El Hombre y la Tierra". Aurelio era un pastor trashumante, soriano, y Félix le "fichó" como colaborador a principios de los 70, y estuvo trabajando con él hasta el día de su muerte. Es el único cetrero que mantiene la escuela del estilo de Rodríguez de la Fuente.










El 14 de Marzo de 1.928 nace Félix Samuel Rodríguez de la Fuente en un pueblecito de la provincia de Burgos, concretamente en Poza de la Sal. Si hay que destacar una virtud de este hombre sería la de la comunicación, y no porque trabajase en diversos medios (televisión, radio y prensa escrita), sino por su gran capacidad para comunicar, sus grandes dotes de oratoria. De hecho, él siempre reconoció que debió nacer para ser chamán, porque el contarles cosas a sus miles de seguidores, "desde la concentración -decía-me permite descansar al menos espiritualmente"
.Es decir, nos encontramos ante un hombre que desarrolló con una sorprendente efectividad, como veremos más adelante, el don de la comunicación, llegando a hacer del uso de la palabra una actividad que rayaba con toda una expresión artística. ¿Y dónde podía residir esa gran capacidad?. Quizás en muchos aspectos de su vida. Algunos autores que han seguido sus pasos nos recuerdan que Félix disfrutó muy intensamente de los primeros años de su vida sin asistir a la disciplina de un colegio. Quiero decir que hasta que no cumple prácticamente los diez años no recibe las primeras lecciones como estudiante, ya que su padre era partidario de que los estudios se iniciasen tardíamente, algo casi excepcional en aquella época y en la mentalidad de un notario que fue conocido precisamente por su caracter disciplinario.


Pero, ¿qué hace Rodríguez de la Fuente mientras tanto, hasta que no ingresa formalmente en una escuela?. Pues recorrer los páramos de su pueblo natal, estar en contacto permanente con el campo en compañía de pastores o cazadores, de los que aprende los primeros relatos sobre animales y con los que pasará largas jornadas. En Félix se ha comprobado que actuó involuntaria e inconscientemente en esta primera etapa de su vida una técnica pedagógica de la educación ambiental que, como veremos más tarde, marcó su personalidad.


Y es que Rodríguez de la Fuente se impregnó de la propia Naturaleza sin utilizar intermediarios, sin mediar entre él y el medio que le rodeaba libros que le describieran una realidad lejana. Todo lo contrario, pues después de observar directamente la Naturaleza de su entorno, de participar activamente de la Vida recorriendo el campo, va a descubrir que esa realidad concreta se refleja en libros que posteriormente llegarán a sus manos, o cuando no, ya más tarde, él mismo se encargaría de plasmar en sus propias obras aquel mundo que le rodeaba.



Es la técnica del autodescubrimiento: descubrió él mismo la vida que se desarrollaba en la Naturaleza; desde muy joven se detuvo a contemplar los buitres, el halcón peregrino e incluso el lobo; y, algo también muy importante, a conversar con los otros protagonistas de aquellos paisajes burgaleses de Poza de la Sal, los pastores y cazadores.


Sabemos que a esa edad temprana, en nuestros primeros años de vida, la mente o, mejor dicho, los sentidos están muy despiertos. Dejan que se filtren sin recelos, sin censores, sin tamices, todo aquello que podamos percibir. Félix aprendió de todas aquellas experiencias infantiles muchas cosas, porque de forma multitudinaria se impregnó de emociones, ideas, vivencias, que alimentaron su personalidad, atrapando cuanto podía para saciar esa curiosidad innata con la que normalmente despertamos a esta vida; preguntándose tantos porqués se aventuró en descubrir por sí mismo, ascendiendo a una peña o descendiendo a una vallejada, los secretos de la naturaleza, de la Vida.




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Rodríguez de la Fuente (1.928-1.980) no se cansó de alertarnos de los numerosos problemas del Planeta, hasta tal punto que arriesgó su vida hasta límites insospechados, por lo que le costó la muerte. Pero su mensaje era mucho más profundo que el darnos a conocer la fauna planetaria, pues trataba de concienciarnos de que el ser humano forma parte de un complejo entramado ecológico.
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Me imagino a un Félix niño contemplando atardeceres entre los riscos y parameras de su pueblo: ¡de cuánto se impregnó!. Pero tengan en cuenta un detalle curioso en la vida de Félix. Recuerden por un momento cuando fueron niños u observen a sus hijos pequeños, sobrinos o nietos: todo lo observan, todo lo escudriñan, todo lo cogen, todo lo tocan. Félix tuvo la ocasión de desarrollar esas inquietudes rodeado de un entorno que hoy consideramos privilegiado, por lo sano, por la pureza del lugar silvestre. Y todo lo atrapaba con sus sentidos, con la contínua capacidad de asombro ante sus pequeños o grandes descubrimientos. Pues bien, lo curioso de este hombre es que supo mantener hasta el día de su muerte esa curiosidad por saber y conocer, sin dejar de asombrarse, sin dejar de ilusionarse por vivir con esa intensidad infantil.


De hecho, algunos de sus colaboradores más cercanos le vieron como un eterno adolescente. Por eso comunicaba con tanta pasión, porque nos revelaba sus contínuos descubrimientos asombrándose y asombrándonos, como el niño o el adolescente que acaba de descubrir el más íntimo secreto, el más preciado tesoro.

(Texto del libro "DIÁLOGOS CON LA NATURALEZA. Por Tierras de Doñana" de Manuel J. Márquez Moy y prólogo de Miguel Delibes de Castro, próximo a publicarse).



La Fundación Félix Rodríguez de la Fuente colabora con el Programa de investigación "Las Huellas de la Memoria"

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