martes, marzo 16, 2010

LA GUARDIA CIVIL DESCUBRE URANIO EN LOS FERTILIZANTES UTILIZADOS EN LAS TIERRAS DE CULTIVO DE HUELVA, CÁDIZ Y SEVILLA

La Guardia Civil investiga la posible contaminación de tierras de cultivo del valle del Guadalquivir con metales pesados como el uranio. Es la zona de España con mayor incidencia de cáncer, según un estudio del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII). El Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona) del instituto armado ha remitido al juzgado un informe con alarmantes conclusiones sobre el uso masivo de un fertilizante agrario de la empresa Fertiberia.


Marzo de 2009. Un cartel entre rastrojos indica que al final de la carretera de grava se ubica una de las fábricas onubenses de Fertiberia. Dos agentes de la Guardia Civil vigilan el ir y venir de vehículos. Sus armas son una bolsa para muestras y una cámara de fotos. Varios camiones entran y salen de la factoría cargados de fosfoyesos –un residuo de la fabricación de fertilizantes y abonos– que se echarán sobre las tierras ácidas de El Cuervo, un pueblo de Sevilla, para prepararlas para el cultivo. Los guardias dan el alto a uno de los vehículos. El conductor gira la cabeza para no aparecer en la fotografía. De allí se extrajo la muestra que se iba a analizar y dio pie al informe. “Los lixiviados de fosfoyesos presentan elevadas concentraciones de sulfato, calcio, sodio, fósforo y metales tóxicos entre los que se encuentra el uranio”. Así reza una de las conclusiones del texto elaborado por el Seprona tras el análisis de la citada muestra.



Continúa: “El uso de fosfoyesos en agricultura de forma intensiva o continua puede producir la acumulación de metales tóxicos como el uranio”. Y avisa: “El uranio puede pasar a medio acuoso con el agua de riego o lluvia, con el consiguiente riesgo de ser absorbido por las plantas de cultivo”. El informe se encuentra en el Juzgado de Lebrija (Sevilla) a la espera de ratificación ante el juez.“Nosotros nos comemos los vegetales y acabamos acumulando los metales en el cuerpo”, alerta Carlos Bravo, responsable de energía nuclear de Greenpeace. Los fosfoyesos se vierten sobre más de 70.000 hectáreas entre las provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz en las que se cultiva arroz, remolacha, girasoles y algodón. El empleo de fosfoyesos como enmienda de la tierra se practica en la zona desde hace más de treinta años. Roberto Ibáñez, director de la empresa onubense, aclara: “El uso de estos residuos para la tierra está regulado por un real decreto de 1995”.



Sin embargo, Julio Barea, de Greenpeace, insiste en que el Real Decreto de Enmiendas y Abonos no contempla que los fosfoyesos contengan uranio, cobalto o arsénico: “No es una enmienda, es un residuo tóxico que se ha utilizado de tapadillo durante tres décadas en la comarca del Bajo Guadalquivir”. Una zona que lleva décadas golpeando a sus habitantes donde más duele, en la salud. El Atlas municipal de mortalidad por cáncer en España, del ISCIII, señala que el oeste de Sevilla, el sur de Cádiz y el norte de Huelva trazan el “triángulo de la muerte”.



El informe extrae que entre las tres zonas vive el 8 por ciento de la población, aunque se acumula en ellas el 33 por ciento de las zonas con más riesgo de mortalidad. “Las causas de muerte pueden ser el cáncer de pulmón, la diabetes o la enfermedad isquémica”, señala el Atlas. A pesar la alarmante situación que arrastra la zona, la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía resta importancia al informe del Seprona. Remite a un teletipo del 23 de noviembre del año pasado, que enuncia las declaraciones sobre el asunto que hizo la consejera, Cinta Castillo, “Todo está dentro de lo permitido”, decía, desautorizando el texto de la Guardia Civil y aludiendo a otro estudio emitido en septiembre por el organismo europeo Euratom y el Consejo de Seguridad Nuclear de España (CSN). En el CSN aseguran que ellos no han realizado ningún informe, y en el Parlamento Europeo, que aún no se ha hecho público. Luciano Gómez, secretario general de FIA-UGT Huelva, cree que quizá los índices de mortalidad en la zona se deban a variopintos factores: “Puede ser porque el suelo tiene muchos metales y antes la gente bebía agua de los pozos, o porque es zona de marineros y el consumo de alcohol y tabaco es muy elevado –comenta–. Además, cuando el nivel de renta es bajo, la gente come mal y todo influye”.




El ecologista Julio Barea denuncia que no solo los vegetales se contaminan, también el agua que se usa como regadío que acaba en el Guadalquivir y finalmente en el Parque Natural de Doñana. Juan Carmona, de WWF Doñana, asegura que, preocupados, ya han pedido un estudio para comprobar hasta qué punto está contaminada el agua del río andaluz: “Si fuera así, tanto humanos como especies acumularían metales pesados a través de los alimentos”. Entre tanto, vecinos de las zonas afectadas ya se han puesto en marcha y se han personado en el Juzgado de Lebrija como parte de los denunciantes. “La consejera de Medio Ambiente no hace más que decir tonterías –critica Aurelio González, de la Asociación Mesa de la Ría de Huelva–, no es menospreciable el daño que elementos como el uranio o el arsénico pueden hacernos si comemos productos contaminados. Es increíble que la Junta se ponga de parte de la empresa y no del ciudadano”.





A Roberto Ibáñez, director de Fertiberia, no le preocupa la denuncia del Seprona: “El informe no llegará a ningún lado porque tanto la Junta de Andalucía como los agricultores demandan los fosfoyesos”, dice. En su defensa presenta un informe realizado por la Universidad de Sevilla sobre la seguridad alimentaria y radiológica en la aplicación del fosfoyeso como enmienda de cultivo, aunque el texto menciona explícitamente que el estudio se ha limitado al tomate industrial, “por lo que no podemos realizar una estimación rigurosa de dosis radiactiva por ingestión de alimentos cultivados en la zona”. Es consciente de los metales que contiene su producto, pero alega que lleva muchos años vendiéndolos y no son perjudiciales: “Determinados elementos en las dosis adecuadas son buenos”, subraya. Sin embargo, la Guardia Civil en su informe y Julio Barea como ecologista indican que el uranio es un elemento que se acumula con el tiempo. “La dosis que tienen los fosfoyesos puede ser baja, pero al utilizarlos sobre la tierra un año tras otro, alcanza niveles muy altos que acabamos ingiriendo”, explica Julia Barea. Vertedero con futuro verdeA escasos dos kilómetros del Parque Nacional de Doñana está la balsa de fosfoyesos de Fertiberia, sobre las marismas de Mendaña.



Allí se apilan las montañas del residuo desde hace treinta años. El polvo blanco suma más de cien millones de toneladas y ocupa 1.200 hectáreas. No está solo. Junto a él yacen bajo un metro y medio de arcilla 7.000 toneladas de materiales contaminados por Cesio 137 radiactivo vertidos allí tras el accidente de la empresa Acerinox en 1998. La variedad de investigaciones sobre la radiación de la zona permite a defensores y detractores situarse bajo el sol que más calienta. Mientras los estudios de las universidades de Huelva y Sevilla, supervisados por el CSN, concluyen que el impacto de radiactividad de la balsa está por debajo del permitido, el laboratorio francés de la Comisión de Investigación e Información Independientes sobre la Radiactividad (CRIIRAD), reconocido oficialmente por el Ministerio de Medio Ambiente galo, apunta lo contrario.Este último informe denuncia un nivel de uranio 50 veces superior al existente en el suelo de la localidad vecina de Palos de la Frontera. Además, advierte de la presencia de Polonio 210, del que apunta que su ingestión es “muy tóxica”, y de Radón 222, un gas responsable del 10 por ciento de las muertes por cáncer de pulmón. El laboratorio desaconseja el acceso al paseante y hace una advertencia: “Solo con pasar allí nueve minutos al día, en un año el riesgo de cáncer no es nada desechable”.Sea como fuere, los fosfoyesos tienen un futuro corto.



Una sentencia de la Audiencia Nacional devuelve el suelo donde están ubicados a Costas. El terreno será regenerado con zonas verdes para intentar convertirlo en el pulmón de la provincia. Julio Barea, de Greenpeace, se muestra poco optimista con la solución: “Las marismas no se pueden tapar con tierra. Ese suelo quedará contaminado durante siglos”.

Redacción "La Aventura Humana/Fuentes: SEPRONA (Guardia Civil), Interviú

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